Una peligrosa alga tóxica ha arrasado la biodiversidad marina del sur de Australia, convirtiendo ecosistemas enteros en auténticos “desiertos submarinos”, como lo ha descrito el ecólogo Scott Bennett. El florecimiento descontrolado de la microalga Karenia mikimotoi, alimentado por una ola de calor marina, ha matado a más de 15.000 animales de más de 450 especies y ha devastado más de 4.500 kilómetros cuadrados de aguas costeras.
El fenómeno comenzó en marzo con reportes de surferos con dolor de garganta, tos seca y visión borrosa. Pronto apareció una espuma amarilla en las olas y comenzaron a llegar los primeros animales muertos a las playas. Investigadores confirmaron que la responsable era una proliferación de Karenia mikimotoi, una microalga que, en exceso, daña las branquias de peces y moluscos, bloquea la luz solar y genera hipoxia, asfixiando todo a su paso.
“El 100% de las navajas marinas estaban muertas y pudriéndose en el fondo”, relató Bennett tras visitar el Great Southern Reef. Esta red de arrecifes alberga una biodiversidad única, con un 70% de especies endémicas, lo que significa que si desaparecen aquí, desaparecen para siempre.
Impacto económico y humano
El colapso también ha alcanzado al sector marisquero, procesadores de pescado, distribuidores y restaurantes, afectando a una industria valorada en 480 millones de dólares australianos. “Allí donde llega la alga, no hay vida”, sentenció Tripodi. La última vez que ocurrió algo parecido fue en 2014, aunque mucho más localizado.
Los científicos explican que el desastre fue alimentado por una serie de factores climáticos: inundaciones en 2022 que arrastraron nutrientes al océano, una surgencia de aguas frías cargadas de nutrientes y una ola de calor marina en septiembre de 2024, que elevó la temperatura del mar 2,5 ºC por encima de lo normal.
Sin control y sin precedentes
Las autoridades han reconocido la magnitud del desastre. “Es un desastre natural, pero diferente a todo lo que conocemos”, dijo el primer ministro de Australia Meridional, Peter Malinauskas. A diferencia de un incendio o una inundación, no se puede predecir ni detener el avance de una alga. Aunque el gobierno federal y estatal han destinado 28 millones de dólares australianos para limpieza y ayudas, no se ha declarado formalmente como desastre natural, lo que habría permitido liberar más fondos.
Scott Bennett insiste en que esto no debe tratarse como un caso aislado: “Es sintomático del impacto climático que estamos viendo en toda Australia”. Aunque los ecosistemas marinos pueden ser resilientes, urge proteger hábitats clave como los bosques de algas, praderas marinas y arrecifes de ostras, que ayudan a absorber nutrientes y estabilizar los océanos.
“Lo ves y se te rompe el corazón”, lamentó Eatts tras ver un delfín muerto en su playa local. “Das por sentado la belleza de tu entorno... hasta que llega un evento como este y lo arrasa todo”. La alga tóxica ha dejado una advertencia clara: la crisis climática ya no es futura, sino presente.
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