martes, 22 de julio de 2025

La playa fosilizada de Asturias

  CanalViajar

Cuando visité por primera vez esta playa pensé que no podía sentirme en ningún otro lugar más fuera del mundo. No se trata del típico paisaje más o menos sublime. Entre Novellana y los acantilados de Ballota, el Paisaje Protegido de la Costa Occidental de Asturias guarda uno de sus secretos más sobrecogedores, una de las playas más espectaculares de España. En esta coordenada playera, las rasas costeras han modelado un escenario que se remonta a tiempos ancestrales. No en vano, muchos ven aquí paisajes de la Tierra Media o de Juego de Tronos: un lugar más allá del mundo. 

ECOS JURÁSICOS

Llegar a Playa Gueirúa requiere una peregrinación por la N-632 que cruza el arroyo de Cándano y serpentea bordeando Santa Marina hasta culminar en un descenso iniciático: más de 200 escalones que nos desconectan del mundo civilizado para entrar en un territorio virgen donde las reglas cambian. Un mirador previo nos adelanta el maravilloso paisaje jurásico que aguarda a nuestros pies. Las formaciones rocosas conocidas como "La Forcada" emergen del mar como extraños animales prehistóricos fosilizados: la belleza se impone sin concesiones. Esta espinada pétrea separa Gueirúa de su vecina, la playa de Calabón. Al caminar por los 120 metros de longitud de la cala, los cantos rodados crujen bajo nuestros pies, añadiendo una textura más a la sonoridad del lugar, donde domina el arrastre de las olas en la orilla.

Aquí, el bañista ocasional encuentra un territorio playero sin concesiones: aguas bravas que exigen tanto respeto como conocimiento, rocas que afloran con el ritmo de las mareas y una belleza sin concesiones. Los acantilados que envuelven Gueirúa suman unos 80 metros de altura y son ellos mismos un espectáculo geológico digno de ver. Además, estos muros rocosos, forjados de areniscas y cuarcitas sedimentarias, funcionan como auténticas cajas de resonancia, rebotando el sonido del Cantábrico en sus cavidades.

UNA PLAYA DE FANTASÍA ÉPICA 

El fuerte de Gueirúa no es el baño; pero cuando llega la bajamar, entre los guijarros y rasas costeras se abren pequeñas piscinas naturales donde darse un remojón en medio de un mundo acuático en miniatura. Los pescadores aún usan la playa como lugar de amarre. Sí es más interesante para submarinistas y aficionados al buceo que encuentran en esta pequeña parte del litoral alejada de la saturación turística un santuario de caladeros y rica biodiversidad.

Cuando me preguntan qué hace tan especial a esta playa siempre digo lo mismo: trasciende lo meramente paisajístico para convertirse en una experiencia sensorial. En un trabajo de publicado por la Universidad de Oviedo, sus autores señalan que Gueirúa, junto a Canero y Barayo, "cuentan con algunas figuras de protección debido a su alto valor paisajístico". Esa es, precisamente, la condición que los fotógrafos de naturaleza tratan de capturar, la luz cambiante, la neblina de los amaneceres, los dorados del atardecer que incendian las rocas, las agujas resistiendo estoicas al mar. Es normal que lo primero que venga a la mente sean comparaciones con escenarios de fantasía épica. Pero Gueirúa es real: se contempla, se padece (no hay comodidad alguna) y, finalmente, se recuerda siempre. 

En una época donde el litoral español busca su propio equilibrio entre la masificación y la preservación, playas como Gueirúa son un símbolo ―si se quiere, poético― que ofrece algo más valioso que los servicios turísticos, la posibilidad aún de encontrarnos con la naturaleza pura. Sus 50 metros de anchura nos acogen y nos presentan el misterio de una Asturias salvaje. 






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