sábado, 8 de noviembre de 2025

Canal Curiosidades : El excepcional bosque de tejos milenarios de Castilla y León



Los tejos suelen ser árboles solitarios. Eso es lo que me llama la atención de ellos. Pueden rodearse de otras especies, pero es difícil que les acompañen otros tejos. Por eso, encontrar una masa de tejos es algo tan excepcional como bello. Lo más extraordinario, si cabe, es que ese conjunto esté formado por ejemplares milenarios. Y es que la lentitud de su desarrollo los convierte en una especie poco competitiva que se va quedando relegada a enclaves con condiciones que les son más favorables. Poco competitivos; pero sagrados para  los druidas, que los consideraban símbolos de eternidad y celebraban rituales en torno a ellos. Los griegos y romanos los conocían como "árboles de la muerte" por su toxicidad. Los bretones fabricaron con su madera los mejores arcos. Fueron árboles importantes; pero hoy están relegados a espacios protegidos, sobreviven en los márgenes de un presente que le ha dado la espalda a la naturaleza, resistiendo en valles glaciares donde la niebla se enreda entre sus ramas, tal como ocurre en estas tierras de la comarca de Sanabria.

UN BOSQUE FRONTERIZO

El bosque del Tejedelo se encuentra a 1.350 metros de altitud, en una fuerte ladera del 20 % orientada al norte, dentro de la Sierra de Gamoneda. Es, al igual que el hayedo entre cascadas de Busmayor, uno de esos enclaves de Castilla y León que hay que marcar como escapada otoñal imprescindible.

El Tejedelo ocupa un territorio de transición, donde el clima mediterráneo va permeando en uno más atlántico, lluvioso. El pueblo de Requejo de Sanabria, con sus calles antiguas y casas de piedra, es la puerta de entrada a este bosque fronterizo. Desde el mismo pueblo en pleno Camino de Santiago, parte una carretera que se convierte en pista forestal, tres kilómetros de aproximación hasta el aparcamiento donde comienza el sendero. El paisaje inicial, totalmente antrópico, no invita a mucho entusiasmo; pero una vez llegas al bosque, todo cambia hasta el punto de que el Tejedelo se convierte en un flechazo botánico. No en vano, es una de las manchas de tejos milenarios mejor conservadas de toda la Península Ibérica.

TRAS LOS TEJOS MILENARIOS

El camino a los tejos milenarios arranca entre brezos y escobas y en seguida trepa por un sendero pedregoso con vistas de todo el valle. Se trata de una ruta marcada en blanco y amarillo de unos 5 km en total. Luego el terreno va cediendo y el sendero se adentra en un robledal donde el silencio queda subrayado por el crujir de nuestras pisadas. Los robles melojos forman un túnel denso y sus hojas alfombran el suelo en otoño. Entre ellos, abedules de corteza plateada y acebos de hojas brillantes. El arroyo de Tejedo pasa por debajo de la pasarela de madera.

Más adelante, el mirador de las Peñas del Veladero ofrece una vista panorámica sobre el bosque del Tejedelo. Desde allí se distinguen las manchas oscuras de los tejos, destacando entre robles y abedules otoñales como si fueran islas de un verde profundo. Pero es al descender hacia el núcleo del bosque cuando la atmósfera cambia por completo. Los primeros tejos van apareciendo según seguimos por las pasarelas; pero los ejemplares aparecen algo más tarde, con sus troncos anchos y huecos, algunos con perímetros de hasta ocho metros y alturas de hasta 20 metros. La mancha ocupa casi 140 hectáreas del bosque, aunque antiguamente fue más extensa. Como bosque comunal, aportó durante siglos leña, alimento, protección contra los rayos y el “mal de ojo”: las ramas de tejo decoraban las casas y, según la tradición, se usaban en sustitución del olivo en el Domingo de Ramos.

GIGANTES HISTÓRICOS

Las raíces de los tejos emergen retorcidas del suelo como garras de gigante, sus ramas crecen en ángulos imposibles, cubiertas de musgos y líquenes que les dan un aspecto fantástico. Me resultan parecidos a los Ents de la Tierra Media, aunque en un documento de turismo de la diputación de Zamora donde se recogen senderos por Sanabria y Carballeda prefieren describirlos “como gigantes dubitativos a ambos lados del sendero”. La luz aquí es otra, pasa a ser verdosa y mágica. En verano, el bosque rebaja la temperatura dos o tres grados; en invierno, la eleva en la misma medida y retiene la humedad como un organismo vivo que respira: la naturaleza es perfecta.


Hay más de cien ejemplares con más de mil años. Sobrecoge pensar que estos árboles han visto pasar el medievo y que fueron testigos de batallas fronterizas entre León y Portugal. El sendero serpentea entre los troncos, cruzado por pasarelas de madera que evitan el impacto humano. A veces, el rumor de un arroyo rompe el silencio denso. Alisos y sauces acompañan los riachuelos. Este es un lugar que se recorre sin prisas, pues cada árbol es un tesoro. Ese es el premio.

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