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Hay caminos que no buscan impresionar, sino acompañar. Senderos que se abren paso entre bosques espesos y paredes de piedra, donde cada paso parece retroceder en el tiempo. En esta ruta, el viajero camina sin prisa, siguiendo huellas antiguas que conducen a lugares pequeños, pero llenos de significado.
A lo largo del recorrido, las construcciones se esconden más que se muestran. No hay multitudes ni carteles vistosos, solo la sensación de descubrir algo que siempre estuvo ahí. Es un trayecto que invita a detenerse, a mirar con calma y a dejar que el paisaje cuente su propia historia.
Ruta natural
Hay rutas que parecen diseñadas para desconectar sin necesidad de grandes distancias. En el corazón de Cataluña, entre riscos y bosques de hayas, se esconde un recorrido que combina historia y paisaje sin alardes ni artificios. No tiene la fama de otros destinos más turísticos, pero ofrece algo cada vez más escaso: silencio, autenticidad y una belleza que no necesita filtros.
En este camino, las ermitas no se imponen; se descubren. Son pequeñas construcciones de piedra que aparecen entre árboles o al borde de un acantilado, testigos mudos de una época en la que el aislamiento era una forma de fe. Hoy, esos templos se han convertido en paradas naturales para senderistas y curiosos que buscan algo más que una excursión: una forma distinta de mirar el territorio.
Primavera u otoño
El relajante trayecto tratado en estas líneas se ubica en la comarca de Osona, en la provincia de Barcelona. Se encuentra entre los municipios de Rupit i Pruit, Tavertet y l’Esquirol. Forma parte del macizo del Collsacabra, una zona de espectaculares riscos y hayedos que se asoman al pantano de Sau. La mejor época para completarla es en primavera u otoño, para no tener ni mucho calor ni mucho frío.
El recorrido completo tiene 18 kilómetros y, a un ritmo tranquilo, se puede realizar en 5 o 6 horas. No obstante, también se puede dividir en dos partes para que sea más llevadero. Es circular y puede comenzarse en Rupit o Tavertet. A pesar de que sea largo, no tiene pérdida, pues buena parte sigue senderos marcados (PR-C 40 y caminos locales).
Puntos de interés
El recorrido enlaza tres pequeñas joyas del románico rural catalán, tan sencillas como cautivadoras. La primera parada es Sant Joan de Fàbregues, una antigua iglesia del siglo XI que se alza junto al imponente salto de agua de Sallent. Desde su entorno se aprecia la magnitud del paisaje y se intuye la vida que un día tuvo este rincón apartado. Más adelante, el sendero se interna en el bosque hasta llegar a Santa Magdalena del Coll, una ermita diminuta y escondida entre hayas, donde el silencio parece formar parte de la piedra.
La última parada lleva al caminante hasta Sant Corneli de Collsacabra, un templo solitario que domina los riscos con vistas espectaculares sobre el pantano de Sau. Su posición elevada, casi colgada del acantilado, convierte este punto en uno de los más fotogénicos del itinerario. No hay multitudes ni ruido, solo el murmullo del viento y el eco del pasado. Es aquí donde el viajero comprende que este camino no se conquista: se recorre con calma, dejándose acompañar por el paisaje y la memoria.
Valor diferencial
Lejos de las prisas y las rutas saturadas, este recorrido invita a redescubrir el sentido del viaje. No se trata de llegar rápido ni de sumar kilómetros, sino de detenerse y observar. Cada curva del camino ofrece un paisaje distinto y, con él, la sensación de recuperar un ritmo que el día a día suele robar.
Más que una excursión, es una experiencia de calma. El silencio, el verde del bosque y la piedra antigua se combinan para crear un ambiente casi meditativo. Quien se adentra en el Collsacabra no busca solo naturaleza, sino un espacio para respirar y reconectar con lo esencial.




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