La cruzada ‘pervertida’ que destruyó la civilización más grande de la cristiandad
El llamamiento para reconquistar Tierra Santa en 1204 acabó con el saqueo de Constantinopla, la mayor ciudad cristiana del mundo medieval. Un libro reconstruye la fascinante aventura de la Cuarta Cruzada.
La profanación de Santa Sofía, el magnífico corazón del Imperio bizantino, fue absoluta. Los saqueadores expoliaron los metales preciosos del altar mayor, robaron las reliquias de la sacristía —desde la supuesta cabeza de Juan Bautista hasta dos grandes crucifijos hechos con los fragmentos de la Vera Cruz— e incluso arrancaron el revestimiento de plata de las puertas del púlpito. Un testigo de los hechos aseguró que semejante destrucción era obra de «locos encolerizados contra lo sagrado», de «precursores del Anticristo».
La apocalíptica escena en Constantinopla no la encabezó el joven sultán Mehmed el Conquistador ni ocurrió en 1453, en el marco del implacable expansionismo del Imperio otomano y la célebre toma de la capital bizantina. Tuvo lugar en abril de 1204 y el protagonismo recayó en un ejército de cruzados. Es, sin lugar a duda, uno de los acontecimientos más oscuros en la memoria de los «soldados de Cristo, «uno de los episodios más controvertidos, emocionantes y extraordinarios de la historia medieval», en palabras de Jonathan Phillips, que revive con intensidad y esmero esta aventura en La Cuarta Cruzada (Ático de los Libros).
Como las expediciones bélico-religiosas previas, la cruzada convocada en los primeros compases del siglo XIII por Inocencio III, el papa más venerado, poderoso y dinámico de la Edad Media, tenía como objetivo principal reconquistar Jerusalén. Si ya la empresa despegó de forma titubeante, con erráticas predicaciones y la prematura muerte de uno de sus cabecillas más carismáticos, Teobaldo de Champaña, dos años después de zarpar desde Venecia, donde se había congregado una fuerza de 12.000 hombres —se esperaba un reclutamiento de 33.500—, los planes iniciales se tornaron en masacre y uno de los líderes, el noble Balduino de Flandes —en esta ocasión no hubo reyes al mando—, acabó coronado emperador bizantino, o más bien del efímero y singular Imperio latino, que sobreviviría hasta 1261.
Muchos autores han señalado que la explicación del saqueo se remonta a la rivalidad entre Roma y el Imperio bizantino nacida a raíz del cisma de 1054 y agravada por trágicos eventos, como el salvaje pogromo de 1182 contra los mercaderes y demás habitantes occidentales asentados a orillas del Cuerno de Oro. Phillips escarba una realidad mucho más compleja, en la que entraron en juego luchas dinásticas y aspiraciones económicas, especialmente para el bando de los venecianos del dux Enrico Dandolo, además de las rencillas religiosas.
«El deseo de ver este conflicto como algo inevitable ha sido bastante persistente», explica el historiador a El Cultural. «Por supuesto que hubo muchos ejemplos de malas relaciones entre Bizancio y Occidente, pero la única razón por la que la cruzada fue a Constantinopla en 1203 es la invitación del futuro Alejo IV. Sin eso, sospecho que habría llegado cojeando a Tierra Santa y solo para encontrar la región devastada por plagas y terremotos».
Se refiere Phillips, profesor de Historia de las Cruzadas en la Universidad de Londres, a la petición de auxilio que envió el príncipe bizantino a los cruzados para que lo ayudasen a auparse al trono imperial a finales de diciembre de 1202, escasos meses después del asedio sobre la católica Zara, en la moderna Turquía, con el que se pretendía solucionar los problemas financieros de la expedición. Los guerreros santos retrasaron de nuevo la conquista de Egipto, sobre todo el puerto de Alejandría, y se desviaron hacia Constantinopla con promesas de recibir hombres y dinero. Algunos regresaron a casa ante el dilema moral que se avecinaba. Y aunque acabaron por entronizar a Alejo IV, las facciones griegas antioccidentales lo asesinaron poco después. Fue en ese momento cuando la Cuarta Cruzada estalló, cuando la prioridad pasó por devastar la reina de las urbes, un logro bélico innegable que contaría con una furiosa desaprobación de Inocencio III.
En la introducción del libro, recuerda el historiador que en 2001 el papa Juan Pablo II realizó una «asombrosa» declaración en la que pedía perdón a la Iglesia ortodoxa griega por la terrible masacre perpetrada por los cruzados casi ocho siglos antes. «Es un tema muy complicado y veo razonable expresar una fuerte desaprobación hacia algunas cosas del pasado, pero los hechos ocurrieron en un entorno contextual y cultural con valores muy diferentes a los de hoy», concluye.
Fascinación editorial cruzada
Phillips es autor de una estupenda biografía de Saladino publicada en noviembre por Ático de los Libros. En los últimos años, esta editorial ha lanzado interesantes volúmenes genéricos sobre las cruzadas, como los firmados por Thomas Asbridge y Dan Jones, quien también tiene un ensayo fundamental de los templarios —de caballeros santos Desperta Ferro prepara una ambiciosa obra para marzo—; y de episodios concretos, como La torre maldita, de Roger Crowley, que narra la caída de Acre en 1291, último bastión cristiano en Tierra Santa.
Además, llega a librerías una nueva historia de la Primera Cruzada con un prisma oriental del catedrático Peter Frankopan (en Crítica). ¿Por qué estas guerras de religión fascinan tanto? «Sucesos como el 11-S y los atentados en Madrid, Londres o París les han devuelto un perfil público muy alto, estos horribles episodios se están vinculando con el pasado medieval. Por tanto, las complejidades y contradicciones de tales relaciones son cruciales de investigar y de verdadero interés para la gente», dice Phillips.
Origen: La cruzada ‘pervertida’ que destruyó la civilización más grande de la cristiandad