El aterrador misterio del galeón fantasma español que arribó a México sin tripulación y a la deriva
Elcano salió ileso de aquella circunnavegación a la tierra, la primera en la historia, pero pereció pocos años después buscando precisamente el anhelado «tornaviaje». No fue hasta 1565 cuando Miguel López de Legazpi y Andrés de Urdaneta hallaron una travesía viable a través de la corriente de Kuro-Shiwo. Con cinco naves y unos 350 hombres, el intrépido Legazpi atravesó el Pacífico en 93 días y pasó de largo por el archipiélago de las Marianas. El 22 de enero desembarcaron en la isla de Guam, conocida como la Isla de los Ladrones, y desde allí saltaron a la conquista de Filipinas. En nombre de la Corona Española, el navegante vasco tomó posesión de varias de las islas y fundó la ciudad de Cebú (1565), la primera piedra para la colonización de las Filipinas.
En 1 de junio de ese mismo año Andrés de Urdaneta navegó en dirección a América, hasta la isla de Santa Rosa, en la costa de California, y desde donde viajó al puerto de Acapulco en octubre de 1565. A partir de entonces, la Corona española puso en marcha la ruta llamada del Galeón de Manila. Una travesía que cada año salía desde Acapulco hasta tierras filipinas, trasladando plata para pagar a los funcionarios de la Corona en Filipinas, y desde Manila traía de vuelta seda y porcelana de China, marfil de Camboya, algodón de la India, piedras preciosas de Birmania y especias como canela, pimienta y clavo. Manila se transformó así en una población urbana, ideada como una base para expandir el comercio por el resto de la zona.
Los galeones empleados eran grandes embarcaciones, financiados por la Corona y construidos con madera de teca. Tenían mucho arrufo, es decir, una cubierta arqueada y un centro más bajo que la proa y la popa, con castillos prominentes para dar espacio en las bodegas a las mercancías asiáticas. Desde Nueva España entraban en el Pacífico por el estrecho de San Bernardino, atravesaban zona de ciclones en el mar de China, y navegaban luego unas 1.500 millas hacia el Norte-Nordeste.
La ruta «más larga y terrible del mundo»
El viaje de ida resultaba plácido, pero el de vuelta era, a decir de los navegantes veteranos, «la más larga y terrible de las que se hacen en el mundo». En los 230 años de trayectoria, se perdieron hasta 30 galeones, miles de vidas y riquezas millonarias, dándose el caso de barcos que llegaban exhaustos a Acapulco. Los vientos, las corrientes, las tempestades, los corsarios (incluídos japoneses y chinos), los motines, la falta de alimentos y las enfermedades como el escorbuto –que hinchaban hasta sangrar las encías de los marineros– convertían esta ruta en la más larga sin escalas del mundo. Se podía tardar hasta siete u ocho meses.
«Hubo un marinero que dijo que más valía morir una que muchas veces, que cerrasen los ojos y dejasen la nao ir al fondo del mar. Que ni Dios ni el rey obligaban a lo imposible», anotó en su diario el explorador Pedro Fernández de Quirós sobre los peligros de estas aguas.
«Cerca de las Marianas había un lugar conocido como el ‘cementerio de doña María’, porque una noble se suicidó allí al no poder soportar tantas penalidades. También existe el testimonio del capellán de un buque que ofició 92 funerales en 15 días», contó Pablo Emilio Pérez-Mallaína, catedrático de la Universidad de Sevilla, en el Congreso Internacional de Historia Primus Circumdedisti Me, recopilando algunas de las historias más trágicas que quedaron tatuadas allí en el imaginario de los marineros.
Los ataques enemigos eran una amenaza, hasta en cuatro ocasiones (1587, 1709, 1743 y 1762) fueron alcanzadas estas embarcaciones por los ingleses, sin embargo, muchos más galeones se perdieron a causa de las tormentas o simplemente desaparecieron. En 1603, la San Antonio fue engullido en el Pacífico sin que nunca se supiera qué le ocurrió o dónde. Y, entre los casos más aterradores, se cita por muchos autores la historia de un galeón que fue hallado en las costas de Tehuantepec, con todos sus tripulantes muertos y a la deriva. Cuestión más difícil es determinar de qué barco se trató.
Según Pérez-Mallaína, autor del libro «Naufragios en la Carrera de Indias durante los siglos XVI y XVII», aquel galeón sería el San José, que llegó en 1657 a México «convertido en un barco fantasma, sin nadie vivo a bordo. Probablemente todos murieron de peste». Sin precisar el nombre de la embarcación, Henry Kamentambién afirma en su libro «El rey loco y otros misterios de la España imperial» (La Esfera de los libros) que «en 1657 un barco llegó a Acapulco después de navegar a la deriva durante más de doce meses: todos a bordo estaban muertos».
Más confusión que respuestas
Los autores que se refieren a esta terrible arribada del San José, con sus 150 tripulantes fallecidos, no son capaces de explicar, más allá de que se extendiera una epidemia, qué pudo ocurrir. No obstante, hay una cuestión que añade más confusión a este suceso. Junto al San José, salió de Filipinas en el verano de 1656 otro galeón rumbo a Nueva España, el Nuestra Señora de la Victoria, un barco reformado al mando de Francisco García del Fresno. Dos barcos, un mismo año, ¿y dos destinos igualmente crueles?
Según consta en la documentación que se conserva, la capitana San José zarpó de la bahía de Manila sobre el 30 de julio y llegó a Acapulco el 15 de marzo de 1657. El otro galeón de aquel año, Nuestra Señora de la Victoria, zarpó de Cavite el 17 de julio y llegó en marzo a las costas americanas, aunque no exactamente a su destino. Las autoridades de la Real Audiencia de Guatemala fueron informadas el 4 de abril de 1657 de que Nuestra Señora de la Victoria se encontraba a la deriva en las costas de esa región, con el piloto muerto y sin gente marinera para seguir el trayecto a Acapulco, como explicó en detalle Guadalupe Pinzón Ríos, profesora del Instituto de Investigaciones Históricas, en su conferencia titulada «El arribo forzoso de la nao Nuestra Señora de la Victoria y las faenas portuarias que generó», dentro del Simposio Internacional Naufragios celebrado el año pasado.
Unos marineros del galeón se echaron a tierra y pidieron ayuda, lo cual puso en marcha una compleja operación de rescate, que implicó a más de cien personas, con el objeto de que no se perdiera la valiosa mercancía. 80 tripulantes habían muerto y el estado del barco era calamitoso, pero se logró dar con grupo de personas con experiencia naval para suplir las bajas y trasladar el barco al pueblo de Nuestra Señora de las Nieves. Tras esta parada, el almirante Francisco García del Fresno, que seguía con vida, logró dirigir con éxito el galeón hasta al puerto de Acapulco. Dado lo tardío de las fechas de ese año, ya no hubo tiempo para que ni el San José ni Nuestra Señora de la Victoria regresaran a Filipinas, si bien consta que los dos lo hicieron en 1658.
A la vista de todos estos datos contradictorios, es posible que el nombre de ambos galeones y sus historias se hayan traspapelado, y que el tiempo haya exagerado el suceso, de modo que lo que fue una arribada forzosa por falta de gente apta para gobernar el barco se transformó, a base de tiempo y de literatura, en una aterradora historia en la que no vivieron ni testigos para contarla.