El faraón que pudo haber esclavizado a niños para construir su nueva ciudad
Tierra de misterios, leyendas y datos que aún hoy suponen un nutrido campo de contradicciones y especulaciones entre los estudiosos, el Imperio Egipcio sigue siendo uno de los enigmas más fascinantes a ojos de la humanidad. Alrededor suyo se han construido diversas historias que dan fe del complejo pensamiento humano y sus monumentos representan una de tantas maravillas que el hombre ha legado al correr de la historia.
El primero en sugerir que las pirámides de Egipto habían sido construidas por esclavos fue el historiador griego Heródoto en el siglo V a.C., pues éste especuló que habían sido erigidas por hombres sometidos para trabajar bajo condiciones infrahumanas. Sin embargo, algunos grupos de egiptólogos tienen la certeza de que cuadrillas de trabajadores e ingenieros asalariados fueron los encargados de edificarlas. Sin duda, la historia continúa siendo escrita en el presente.
Bajo esa misma óptica de especulación y leyenda, aparece la vida de uno de los faraones que revolucionaron diversos aspectos del Egipto que gobernó. Amenofis IV, mejor conocido como Akhenatón, fue un hombre que llevó la polémica en la sangre y sus acciones se vieron reflejadas por ella. Se le recuerda por haber destituido la religión politeísta tan característica de los egipcios para adorar a una sola deidad a la que le debía toda su atención: Atón, dios que representaba al Sol. Akhenatón significa «Atón está satisfecho» o «Espíritu eficaz de Atón».
Jorge Dulitzky, historiador y experto en egiptología, dice en entrevista para el diario ABC: «Akhenatón abolió el ritual dedicado a Amón y a otros dioses menores que se celebraba todos los días, pues era una ceremonia costosa llevada a cabo por una legión de sacerdotes que despertaban a los dioses, los limpiaban, vestían, alimentaban y les hacían reverencias como si fueran reyes».
A este cambio tan revolucionario y polémico, que contradecía las tradiciones impuestas por sacerdotes y gobernantes poderosos, se sumó otro movimiento trascendental en la historia de Egipto: Akhenatón trasladó la capital de su imperio a Akhetatón (actual Amarna), conocida en la actualidad cómo la “Ciudad Maldita”, en lugar de la tradicional Tebas. En tan sólo 10 años, aproximadamente, la ciudad pasó de ser una simple villa a convertirse en una urbe gigante.
Se trata de un tiempo récord para una ciudad que se caracterizó por poseer inmensas mansiones, lujosos salones, amplias columnas, lagos artificiales, es decir, todo lo que una verdadera capital debía poseer para presentar la majestuosidad de Akhenatón y su esposa Nefertiti. Reina con la que se presentaba a menudo en los actos públicos que ambos precedían ante sus gobernados. Las obras debieron ser duras, llenas de grandes esfuerzos y con la participación de los más famosos ingenieros y artistas, además de hombres diestros y fuertes para soportar las extenuantes jornadas.
Decíamos que Heródoto fue el primer hombre en la historia en sugerir la idea de que las imponentes pirámides de Egipto habían sido levantadas por esclavos. Siglos más tarde, la idea de que en Egipto la esclavitud se usó más allá de actividades de servidumbre, renace en palabras de la arqueóloga Mary Shepperson, cuando sostiene la sospecha de que niños esclavos participaron en la construcción de Akhetatón: «La explicación más obvia no es agradable: estos niños y adolescentes pudieron haber sido utilizados como mano de obra y obligados a realizar frecuentemente trabajos pesados».
Shepperson basa sus sospechas en el hallazgo de varias osamentas infantiles en un cementerio ubicado en el norte de Amarna con lesiones traumáticas, fracturas de columna y enfermedades degenerativas muy comunes en personas que cargaban objetos sumamente pesados. Ésta puede ser una de las explicaciones más factibles del porqué la nueva capital se terminó de construir en un tiempo tan veloz.
De ser cierta esta teoría, la impopularidad que Amenofis IV ganó en vida -sobre todo entre los afectados por el nuevo culto monoteísta- incrementaría en la actualidad con esta tiránica manera de proceder. Se sabe desde hace décadas que el cementerio de la zona norte de Amarna fue una necrópolis dedicada a los que no tenían cargo alguno en la escala jerárquica egipcia (probablemente esclavos traídos de otras latitudes). Las tumbas presentan entierros descuidados y sin ningún tipo de ceremonia funeraria, algo poco común en aquellos tiempos.
Las investigaciones han revelado que el 90 % de los esqueletos hallados comprenden edades desde los 7 hasta los 25 años. Los investigadores sospechan que las condiciones de trabajo pudieron ser tan arduas que quizá la edad máxima a la que aspiraban los que trabajaron en la edificación de Akhetatón era de hasta precisamente 25 años. El estado de los cuerpos «sugiere que no fueron devueltos a sus familias para su entierro, que vivían y morían lejos del cuidado de sus familiares», concluye Shepperson.
Una situación contraria se vive con los cadáveres hallados en el cementerio de la zona sur de Amarna: en este sitio, los entierros suelen ser familiares (cuerpos concentrados en grupos de seis, aproximadamente), en los que se nota la presencia de cuerpos adultos, tanto femeninos como masculinos, además de los infantiles. Esto se corresponde más a las costumbres de Egipto, en las que la familia tenía una importancia por demás relevante.
Esta teoría aún tiene que ser validada por medio de numerosos estudios e investigaciones. Como muchas de las leyendas que existen sobre el Antiguo Egipto, la aportación de Shepperson permanece en el terreno de la especulación. Akhetatón, a pesar de su corta duración como capital de Egipto (sólo 12 años) revolucionó a la sociedad de aquel territorio debido al esplendor de su vida artística, caracterizada por la libertad creativa que se le otorgaba a sus ejecutantes.
Una vez que el polémico adorador de Atón falleció (1332 a.C.) Akhetatón fue abandonada y la capital regresó a Tebas. Asimismo, el culto politeísta se restableció de manera permanente, dejando atrás las ideas contrarias de un faraón que sigue desafiando a la historia.